Ultraventuras

San Lesmes

May 12, 2019

Setenta veces siete semanas llevan mis huesos en este rincón de la jungla. Cuando se lleva tanto como llevo aquí, sin trato con hombres, la conducta se despoja de lo poco importante, que cae como hojarasca. Nunca supe de números, pero ahora sé que perder la cuenta del tiempo es perderlo todo, pues no hay hoja sin nervios ni nombre sin sonido, excepto quizá el mío.

No creerán que me faltan entretenimientos, pues siempre hay algo que hacer en la jungla. Volver a armar las trampas, construir otras nuevas, limpiar la explanada de hojas para poder ver las serpientes. Reparar mis guaridas (sería temerario tener solo una) tras las lluvias. Nada queda de lo poco que vino conmigo; hasta el hierro se pudre aquí e incluso las noches y los días se deshilachan, y se confundirían si no estuviese atento. Llevo aquí lo suficiente como para saber que nada muere de viejo en esta jungla.

No siempre fui deliberado en mi conducta. Hubo un tiempo en el que mi voluntad no conocía el horizonte y de un gesto de mis manos salían las líneas que trazaban la realidad. Un error era una puerta, ser descubierto en un crimen era una oportunidad para embarcarse. Pero hace mucho de eso ya y hoy ya sé que estoy a un error de desaparecer.

No siempre pensé así en este lugar. Tras las fiebres me convencí de que no había más hombres, de que al fin Dios había acabado con los pueblos y solo quedaba yo, olvidado. Ese pensamiento me debilitaba y me dolía la repetición de las horas, las hojas y las tortugas. Pero hoy sé que no es así.

El cazador solo tiene la ventaja que la presa le regala al repetir sus movimientos, formando costumbres, surcos en una conducta que repite por abandono. Es por eso que recuerdo mis pasos, los recorro al contrario, y a veces no sé ni yo mismo cuándo empiezo a dormir y cuándo despierto. Es por eso que cada gesto es así porque podría ser de otra forma. Solo será cazado el que se vuelva esclavo de sí mismo y ser esclavo aquí es no ser nada. Medito qué hacer y después lo dejo al azar. Abandono trampas con animalillos que he atrapado sin recoger la presa y si llueve quizá esa noche me aleje de techado.

Hay setenta veces setenta árboles aquí, que conozco y he trepado. Hay setenta arroyos, que cambian de sitio tras cada lluvia, y setenta veces mil tortugas. Pero hoy sé que nada múltiple importa, solo importa que soy uno, que estoy entre mis ojos, que la San Lesmes se perdió por un hombre, que hay un perseguidor, y que hay un punto en el que se cruzan nuestros destinos, pues si no hay uno no hay nada.

Cada día sé que será el día en que el cazador, sea Urdaneta, sea otro más taimado, aparezca con su palo por el horizonte. O quizá llegue de otra forma, quizá sepa que le aguardo, quizá haga tiempo que me observa y espera un momento que no le daré. No puedo saber cuándo, porque él elige sus tiempos. Yo a cambio soy dueño de mis movimientos, pues no seré cazado allí donde no esté, y con eso me basta.

Alguien sabrá qué pasó en la San Lesmes, si no se sabe ya, si no han partido en mi busca. Alguien encontrará algún diario. Alguien encontrará la cruz que dejamos tras el motín, o a un superviviente, si no lo han encontrado ya y están ya sobre mis pasos. Cada día se traza una línea nueva en un mapa, lo he visto con mis ojos. Quién sabe si estas costas no están ya en algún libro, esperando a que el que ha de vengarse lo abra. Quién sabe si las líneas están ya mucho más allá y planean atraparme a la vuelta, cuando ya no lo espere.

Quién sabe si me hacen esperar para disfrutar la venganza, si ahora ríen mientras aguardan a que me atrape la costumbre, a que mis actos broten de mi memoria. Quién sabe si creen que mi voluntad se ha vuelto ya un rito. Pero si así lo hacen, yerran.


Nacho Martín. @nacmartin